Primer capítulo de la novela que encontrareis por solo 0,89 en **Amazon**
Siempre han
dicho que las princesas llevan vestidos y zapatos de cristal.
Audrey llevaba
vaqueros y deportivas. Nunca sería - ni quería ser-una de ellas.
ABRIL
Audrey susurró
un gilipollas y salió de la tienda dando un portazo, deseando que el cristal se
resquebrajara.
No entendía por
qué le negaba un simple tatuaje, solo una pequeña letra en la nuca, vale, tenía
diecisiete y ninguna autorización de sus padres, pero… ¡solo era un puto
dibujo!
Dio una patada a
una lata de Coca-Cola, esta rodó desprendiendo un poco de líquido por la acera
y se metió bajo un coche.
Tres meses, en
solo tres meses, volvería a esa tienda y le restregaría al tío su D.N.I por la enorme nariz.
Encendió un
cigarro que llevaba en el bolsillo de la cazadora, aspiró el humo y se sentó en
el bordillo de un restaurante japonés
recién abierto, el olor entró por sus fosas nasales, embriagándola.
Definitivamente tenía que probar uno, y dejar de ser la única del grupo que se
negaba a comer pescado crudo.
Unas pequeñas
gotas mojaron la punta de sus deportivas, comenzaba a llover y su casa quedaba
a bastante distancia del centro, miró al cielo divisando una enorme nube negra
que amenazaba tormenta, de esas que embozan las cloacas y encharcan los baches
de la carretera, dio una última calada y se levantó de un bote, debía comenzar
a andar si no quería empaparse de arriba a abajo.
Jean arrancó de
nuevo, el aire entraba por los rotos de la chaqueta y se colaban por entre su
piel haciendo que tuviera frío, cuando
estaba irritado, enfadado o furioso siempre le daba frío, creía que era una
manera de hacer que su cuerpo se
calmara, ya que debía tiritar y dar golpes a cualquier cosa para que se le
pasara.
Alex era una
zorra, una gran zorra de pelo negro y ojos verdes que le había engañado.
Por eso estaba
enfadado, porque le había engañado en su propia cara y no se había dado cuenta,
porque Jordan, su amigo, se acostaba con
su novia.
Tiritó aún más
al creer verla a lo lejos, cruzando la vía principal, parpadeó y en cuestión de
segundos se encontró echado en el suelo, con el casco aún puesto y la visión
borrosa.
Tres minutos
después, Audrey abrió los ojos restregándose los parpados con el dorso de las
manos, le dolía la cabeza y la pierna parecía que se la habían partido en
cuatro trozos iguales, gimoteó intentando levantarse pero le fue imposible, su
fuerza parecía haberse esfumado por alguna parte del cuerpo porque los brazos
cedieron con el peso y la barbilla rozó el asfalto.
Pudo ver a gente
a su alrededor que murmuraba pero que no ayudaba en nada, quiso pedir un poco
de consideración, gritarle al chico con gafas que la miraba con la boca abierta
que en vez de observarla como si fuera un animal del circo tirara de su cuerpo
y la pusiera en pie, pero como esperaba, su voz no salía, su cabeza pronunciaba
en alto las palabras y su boca se negaba a abrirse para que salieran.
Dio un golpe al
suelo y dejó caer la cabeza apoyando la mejilla, el suelo estaba llenándose de
pequeñas gotas de agua que martilleaban sus oídos con el relajante “cloc,cloc” tenía
que esperar que alguien se apiadara de su pobre cuerpo y lo levantara de allí
Escuchó sirenas,
voces más altas que otras y por fin unos brazos sosteniéndola fuertemente y
poniéndola en pie, quiso abrir los ojos y dar las gracias, pero lo único que
pudo hacer fue dejarse caer sobre su sustento.
— Joder, ¿nadie
va a hacer nada?
— No se puede
tocar al lesionado sin que vengan los enfermeros.
— ¿Y qué
esperas? ¿Dejamos que se desangre?— notó un bufido en el oído — Tiene cojones.
Ei, rubia ¿Cómo te llamas?— escuchó — Venga, abre los ojos, no puedes dormirte—
unas manos palmearon su cara—Vamos… abre los ojos, mírame.
— ¿Qué ha
pasado?—preguntó otra voz.
—Hemos tenido
una pequeña colisión. — contestaron sin dejar de dar golpecitos en su cara.
— ¿La conoces?
—No.
—Vale, apártate,
debemos mirar si tiene algo grave.
Su cuerpo pesaba
toneladas, tenía los brazos dormidos y la cabeza le daba vueltas, abrió los
ojos enfocando la mirada en quien tenía delante.
—Hola —logró
pronunciar.
— ¿Has dormido
bien?
—Supongo—Audrey
intentó encogerse de hombros—auch
—Procura no
moverte demasiado, tienes una contractura.
—Menudo golpe me
han dado.
—Si, por lo
visto te atizó un motorista despistado.
—Un idiota diría
yo—gruñó.
—Sin insultar
niña, tu tampoco estabas muy pendiente—se incorporó un poco buscando la voz de
quien le recriminaba.
— ¿Tú eres el
motorista despistado?
—Sí —el chico
puso cara de dolor cuando una de las chicas pasó la aguja entre la piel de la
mejilla. Audrey volvió a cerrar los ojos para no marearse al ver hacer eso en
carne viva.
— ¿No lo dormís?
—No, contigo
tampoco lo hemos hecho.
— ¿Dónde?—se
llevó la mano a la cara, buscando — ¿me habéis cosido?
—Cinco puntos,
no quedara mucha cicatriz. —Sonrió la chica que se encargaba de ella —Estabas
aún en tus sueños— Audrey frunció el ceño—en la frente, justo en el nacimiento
del pelo.
¡Oh no! Audrey
amaba su pelo, siempre que le hacían elegir una parte de su cuerpo, elegía el
pelo, rubio, de un rubio tan brillante que deslumbraba, con grandes ondas
disparadas hacia ninguna parte.
—Crecerá de
nuevo ¿verdad?
— ¡Claro! No te
preocupes. —La chica cerró el maletín
que tenía a su lado donde estaban los habituales aparatos de médicos—ahora
iremos al hospital, acaban de llamar a tu casa.
—Bien—murmuró
dejando entrever una mueca, ya imaginaba el rostro desencajado de su madre.
Debbie Babin solía ser demasiado protectora con sus
tres hijas, sobre todo con Audrey que parecía dispuesta a hacerle pasar los
peores años de su vida. Se escapaba a altas horas de la madrugada y solía
aparecer al día siguiente sin dar explicaciones, contestaba de mala manera
cuando le decía cuáles eran las reglas de oro en casa o mentía cuando le
encontraba una cajetilla de tabaco en el cajón. En definitiva, la adolescencia
de Audrey estaba colmando su paciencia.
El vestido
blanco de estilo hippie bailaba sobre sus rodillas, los primeros rayos de sol estaban haciendo su trabajo en la piel ya de
por si oscura, miró hacia ambos lados de la carretera dejando pasar un coche
que parecía tener mucha prisa y aceleró el paso para llegar lo más pronto
posible al lugar donde se encontraba la menor.
Llevaba las
manos cerradas en puño-dando impresión de estar dispuesta un buen puñetazo a
alguien, cosa que deseaba de veras- sus pasos resonaron en la sala de urgencias
haciendo que varias personas se giraran para ver quien hacia semejante ruido,
ella agachó la mirada, nerviosa y avergonzada y se dirigió al mostrador, esperó
unos segundos arrugando una hoja que había encontrado encima y miró el reloj.
—Ahora
vienen—Debbie asintió, aún con el papel entre los dedos.
Por el pasillo
de entrada a la zona de urgencias Audrey caminaba ayudada por una enfermera,
cojeaba un poco y tenía un aspecto horrible, Debbie se llevó las manos a la
boca, preocupada.
— ¿Qué ha
pasado? — Acarició la mejilla de la
chica y el rastro de sangre reseca del pelo— ¿está bien?— preguntó ahora
mirando a la enfermera
—Solo ha sido un
susto, su hija está perfectamente, tiene que venir en seis días a mirarle esos
puntos, aunque probablemente caigan solos—le tendió un informe de accidentes
—que vaya bien señora Babin.
—Gracias.
Ya en el coche,
Debbie encendió un cigarrillo y aspiró el aroma que lograba calmarle los
nervios.
—Debería
castigarte por esto.
— ¿Por qué? solo
ha sido un accidente.
—Seguro que
estabas huyendo de alguien, tú y tus líos.
—No huía de
nadie, crucé la calle cuando esa moto me vino encima—Audrey colocó los pies en
el guardabarros
— ¿Quieres que
te crea? —Debbie apagó el cigarro sin consumir en el cenicero y aceleró— desde
que tienes uso de razón no has dejado de
meterte en problemas. Audrey…— suspiró.
— Mamá, no huía
de nadie. Por primera vez he tenido un accidente que no me he buscado.
— Deberías ser más
como Ava.
— Si, Ava es la
hija perfecta.
Audrey bufó
incomoda en el asiento del copiloto, no le gustaba que la compararan, y menos
con su hermana, que parecía ser la hija perfecta que todo el mundo quiere,
cuando en realidad era una serpiente.
Ava era la
mayor, la más apreciada por su madre, su sonrisa permanente-aunque demasiado
falsa- hacia las delicias de quien estaba con ella, tenía demasiadas amigas y
echaba demasiados polvos en habitaciones de hoteles, aunque claro, eso solo lo sabía
Audrey y los chicos que la acompañaban.
— Está en
segundo de carrera, será una excelente profesora.
Audrey asintió
con la mirada fija en la carretera — y yo mama..¿yo que podría ser?
Debbie miró a su
hija de reojo— si sigues así no tendrás tiempo de nada, acabarás en un
reformatorio o algo peor— la chica río interiormente.
— Así se piensa
de una hija, ya veo lo que me quieres.
— ¡Cállate! Te
querría más si fueras más responsable, si no
me dieras tantos disgustos… algún día me mataras de angustia.— Audrey bostezó, se sabía de memoria la
retahíla.
Jean miró la
moto, tenía una raspada en la parte izquierda y el retrovisor de ese lado
estaba roto en pedazos, le costaría demasiado volverla a poner a punto, la
pintura había saltado de los bajos dejándola de dos colores, el rojo, ya no era
rojo.
Golpeó el
asiento y arrancó, por suerte andaba y no tendría que cargar con ella, los
coches pasaban a su lado demasiado rápido, Jean se dio cuenta que el motor
también había sido dañado por algún lado, cuando viera a esa estúpida iba a
pedirle la mitad de lo que le costara la factura, había sido su culpa por
despistarle.
Estaba cansado
de que le pasaran esas cosas por su culpa.
Desde que Alex
había aparecido en su vida lo único bueno que le había pasado era tirársela.
Porque Alex le había dado toda la mala suerte del mundo. Parecía una puta gata
negra de esas de la mala suerte.
El taller estaba
por suerte abierto, tiró de la cuerda de la campana que Mouse tenía en la
puerta, el sonido retumbó en su cabeza y se recordó a si mismo tomarse un sobre
para el dolor.
— Jean, tío,
¿qué ha pasado?— Mouse chocó la mano de Jean y miró la moto— una buena ostia— sentenció
— Dímelo a mí,
mira mi cara.
— ¡Joder!,
tienes la mejilla cosida
— No me digas.
Ojea la moto, me preocupa más ella que yo.
— Si, tu eres un
tío duro, en cambio ella…— Mouse se agachó y colocó ambas manos sobre la chapa
de — princesa ¿Qué te ha hecho este salvaje?— movía las manos delicadamente,
como si la acariciara, Jean se cruzó de brazos — te la vendí porque creí que tú
cuidarías de ella.
— Deja las
tonterías, cuanto me va a costar.
— No sé, tengo
que observarla bien.
— La quiero esta
tarde.
— ¡Claro! Yo no
tengo nada más que hacer que arreglar tu moto. ¿Has visto eso? — tras el tres
motos más esperaban en fila — y todos las quieren para hoy. Tú podrías darme
tregua y venir mañana a esta hora.
— Hazme un
descuento— Mouse lo fulminó con la mirada — ¿Somos colegas no?
— Si ser tu
colega conlleva tener que perder pasta, no, no somos colegas.
— Eres cruel.
Tengo que pedirle pasta a mi padre. —
Jean rodó los ojos.
— En ese caso,
te pediré el doble, a tu padre le salen euros por las orejas.
Jean negó, le
dio una palmada en la espalda a su amigo y salió del taller arrastrando los
pies, la lluvia ya había cesado, en el suelo, pequeños charcos y el sol
asomándose por detrás de alguna nube, como si fuera un vergonzoso.
No le gustaba
caminar, desde hacía cuatro años su medio de transporte era la moto, se había
enamorado nada más verla en el taller, estaba llena de barro y con algunos
rasguños, fue como él lo llama, un “amor a primera vista”, Mouse estaba
arreglándola, por lo visto llevaba cuatro días aparcada frente a la puerta del taller
y nadie la movía de allí, así que él dedujo que querían que se la quedara.
Conseguir
el dinero le costó muchos días, su padre
se negaba a dárselo para algo así, decía que no iba pagar la muerte de su hijo
sin necesidad, solo por un capricho.
Jean estuvo
trabajando para él, llevando cafés a sus empleados, haciendo fotocopias y recogiendo llamadas durante tres meses
interminables.
Cuando por fin
tuvo el dinero reunido corrió a entregárselo a Mouse, este, al principio se
negó en rotundo, no imaginaba que fuera cierto que iba a llevársela, Jean solo
era un niño para ese gran motor, pero no tuvo más remedio, pidiéndole primero
un juramento de que la trataría bien.
Y lo había
hecho, justo hasta ese día, un día que quedaría grabado en su mente-y en su
mejilla-.
La chica rubia
se había cruzado en segundos, ni siquiera le dio tiempo a frenar, y eso que
estaba atento, pero claro… cuando tus
ojos miran al frente pero tu mente está justo en otro lado, no puedes actuar de
la manera correcta. Jean gruñó.
Encendió un
cigarrillo y caminó hasta la parada de autobús más cercana, de repente la musa
había llegado para tocarle con su varita mágica y no llevaba nada con lo que
poder transformarla en letras.
Esperó
impaciente fumando un cigarro tras otro, recordando las palabras en su mente,
como si fueran una lección de Geografía, poniéndoles ritmo pegadizo, miró a la
gente que pasaba, una señora mayor paseando a un perro salchicha, una madre con
su hija hablando de la nueva Barbie
que tenía que tener en la estantería, un coche rojo un poco destartalado con la
música alta y las ventanillas bajadas.
El coche frenó
frente a él, el semáforo estaba en rojo, en los asientos dos personas, una
mujer y una chica, rubia, Jean alzó la ceja, la rubia a la que casi mata,
estaba mirando hacia delante con un pie sobre el asiento y el pelo tras la
oreja, su cara-aunque de perfil- mostraba una mueca seria, como de desagrado y
Jean pensó que ella deseaba salir del coche y estar en cualquier lugar del mudo
menos ahí, la mujer giró la cabeza y miró a la chica, Jean disimuló antes de
ser descubierto, no quería parecer un descarado, más que nada porque parecía
que el tema estaba bastante feo.
Lanzó el cigarro
al suelo, no hizo falta que lo pisara para apagarlo, pues cayó en un charco y
se fue mojando en toda la longitud, Jean levantó la cabeza y los ojos azules de
la rubia le miraron con sorpresa.
— Gracias por
regalarme cinco puntos— le dijo sacando la cabeza por la ventanilla.
— Estamos igual, mi mejilla quedará marcada
para siempre.
— ¡Te jodes!
— ¡Audrey!—
gritó la mujer con cara de pedir disculpas, Jean sonrió, era lo que se merecía.
— ¡esta noche no sales!
La chica se
encogió de hombros sin desviar la mirada de Jean— no importa— y sin más le
guiñó un ojo haciéndolo participe del engaño, porque Jean intuyó que en esas
palabras había un trasfondo, probablemente la chica se iba a escapar, antes que
el coche volviera a arrancar Jean le devolvió la moneda.
— Ahora te jodes
tú.